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domingo, 17 de junio de 2007

Gritar y esperar... eso es lo que hago...

Quiero oler los olores de mi tierra, de mis fiestas, de mis calles, de los rincones sombríos que me remontan a la infancia...
Quiero vivir con mi gente, con mis constumbres, con mis tradiciones...
Echo de menos la normalidad de la vida que conocí... y no reconozco la vida que tengo como parte de mi vida...
Me apartaron por amor de todo lo que quería y a cambio, solo tengo soledad. Una soledad que duele mucho más por estar tan lejos de los lugares que me dan indentidad.
Estuve el La Patum. Respiré con ánsia el olor y los resíduos de pólvora hasta que me dolieron los pulmones. Y lloré mientras la noche avanzaba, mientras me sentía extranjera a dos pasos del hospital donde nací. Me han roto el alma. Me han quemado mi casa. Me han pisoteado todo lo que era importante para mí. Lo han hecho poco a poco. Y no me he dado cuenta.
Bebí libertad en cada sorbo de vida. Conocí lo que es entrañable y también la lealtad y todo eso, me hizo sensible y sentimental. Sin saber defenderlo, he resistido todos estos años y ahora, no tengo suficiente dulzura para cambiar lo que tengo y mis alas siguen rotas para volar hacia lo que quiero... hacia lo que necesito, hacia lo que espero...
Los que hemos nacido como yo lo hice, estamos marcados con el fuego de la pasión y la intensidad pero, cuando la vida nos hace el giro, nos quedamos huérfanos y nos sentimos olvidados y nunca comprendidos. Nos utilizan, nos vampirizan, nos engañan porque resulta fácil y nos manipulan porque somos incondicionales... Los que hemos nacido donde yo lo hice, necesitamos del calor del hogar, de la leña chispeando entre las piernas, del crujir de la nieve bajo las botas y de la visión de las montañas agrandando el tamaño del alma...
Laia.

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