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miércoles, 6 de junio de 2007

El pasado se despierta...

Llevo toda la noche viendo unos programas de televisión que me han hecho volver al pasado. Son programas en donde nos cuentan la transición y los tiempos anteriores, en los que, se pongan como se pongan los fachas madrileños, estábamos sometidos a una dictadura y, a un dictador de mierda, pequeño por dentro y por fuera. Tiempos duros aquellos en los que, por decir algo, una mujer no podía ni abrir una cuenta corriente con su propio dinero ganado con su trabajo y esfuerzo, si su padre, su marido o, algunas veces un hermano mayor, no la autorizaban y en ese caso, constarían con ella cualquier de ellos, como titular primero de dicha cuenta... ¡es que me indigna la injusticia que las mujeres hemos tenido que aguantar! Y lo que te rondaré morena... Bueno, ya he apagado la cajaTonta. Y mi marido se ha ido a la cama y mi perrita, ronca en el sofá, a mi lado. No hace calor pero la ventana está un poco abierta. No la cierro porque no tengo ganas de levantarme. Acabo de comerme un puñadito de cerezas, estaban muy buenas. ¡Y caras! Claro, con tanta agua y granizo, este año no habrá muchas.
Ha sido un día raro. Y no sé explicar por qué. Mi marido lleva dos o tres días hablándome, y tampoco sé explicar por qué. Incluso, el sábado en la boda, me sacó a bailar el vals.
El jueves, como ya te dije anoche, nos vamos a Berga, mi pueblo, a las fiestas de La Patum.
Espero volver con muchas cosas buenas que contar. De momento, voy con un poco de miedo porque la última vez que estuvimos allí, lo pasé muy mal. Y es que, mi marido no entiende de lealtades hacia su mujer, pero sí para cualquier otra persona que sea de su agrado. ¿Significa eso que yo no lo soy? Se podría deducir así, ¿verdad? Pues dice que me quiere y hace todo lo posible por no desengancharse de mi. Que quede claro que yo no quiero que lo haga pero, si no tengo más remedio que hacerlo para poder vivir con algo de PAZ, tendría que hacerlo.
Él, suelta cuerda lo justo, lo indispensable para que, cediendo un poco, mi presión disminuya y siga adelante un poco más, un tramo más, una vuelta de tuerca más... Soy consciente y sé que un día, si no pasa un milagro y lo arregla, no podré resistirlo más. Porque todos necesitamos palabras amables y que te toquen la cara alguna vez. Porque, todos, necesitamos ver que nos quieren y que somos importantes para la persona que amamos. Todos, necesitamos una mano cercana e incondicional en algún momento de nuestra vida. Y que nos pregunten cómo estamos y qué nos pasa, por qué tenemos mala cara o por qué estamos llorando. Yo no tengo nada de todo eso, ni ninguna otra cosa que me haga, me ayude, o me sirva, para sentirme unida a él, o estarlo. No quiere, no me deja. Pone muros, barreras, personas y cosas, entre los dos. Pero ya me he dado cuenta, creo haberlo dicho en otras ocasiones, que lo hace por inseguridad, por miedo al compromiso, por vértigo ante lo desconocido, lo que le descoloca y desconcierta. Por eso, necesita marcar él las pautas y los tiempos. Ya lo he descubierto, pero eso, no hace que sea más fácil, más cómodo o más amable pues, cuando siente que me acerco lo que para él es demasiado, se revuelve como gato panza arriba. No sé cuánto aguantaré pero de momento, aquí estoy, chillando en la noche desde el silencio, para no asustar a nadie. Y sigo esperando a mi lector. Al visitante que se apene con mis dolores y se alegre de mis alegrías. La persona que quiera compartir conmigo unos minutos de vez en cuando para seguir el murmullo de mi vida y quiera decirme lo que siente cuando viene a verme...
Laia.

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