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sábado, 2 de junio de 2012

Gracias a las luciérnagas...

Luciérnagas que iluminan los recuerdos capturados en un corazón infantil...
No me gustaba tocarlas. Cualquier cosa con el aspecto o la textura de un gusano, me sigue horrorizando.
Pero por las noches, a la luz del cielo veraniego y oliendo a jazmín, mi abuelo y yo nos quedábamos quietos y en silencio junto al pozo, para que ellas, las luciérnagas, supieran que ya podían sentirse cómodas y seguras...
Mi abuelo dormitaba y yo, mantenía los ojos bien abiertos para descubrir dónde empezaba la primera a encender su mágica luz verde...
- ¡Abuelo, abuelo! Que ya...
- Sssshhh... que las vas a asustar...
Me callaba de nuevo, claro, mientras él se volvía a dormir y yo mentalmente y sin hacer ruido, las iba contando despacito para no equivocarme.
La Naturaleza hacía magia con los niños de mi generación a través de sus padres o de sus abuelos.
Fue bonito seguir la tradición entrañable de no asustar a las luciérnagas.
El hecho de compartir el silencio de la noche oliendo a jazmín, me enseñó a canalizar la ternura a través de la piel...por eso hoy, soy una niña mayor, pero emocionalmente sana.
Gracias a las luciérnagas...

Laia.

3 comentarios:

Francisco Méndez S. dijo...

Amiga: Siempre debemos conservar el niño interior, tienes razón te ha permitido mantenerte emocionalmente sana. Todos tenemos nuestras luciérnagas.

Beso y abrazo

Laia. dijo...

Sí, Francisco, así es. Aunque haya quien piense lo contrario...
Buenas noches y que descanses allá donde estés, aquí o allí...
Un abrazo.

Unknown dijo...

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