Miro la foto con una sonrisa dibujada en la cara porque, no hay duda, que son dos personas entrañables. Repaso la ropa y los veo guapos. Observo a los invitados y los veo felices. Hay gente con sombreros haciendo muecas y alguna chica arreglándose la falda; hay algún extraviado con el vaso lleno y otros con el vaso vacío y con los ojos cargados...
Huelo el humo de los puros, el aroma de las flores, el sudor de los que bailan, el perfume de algunas señoras, los restos apetitosos de la comida, los licores derramados... y me emociono, como si no cupieran en mí más celos, al ver la mano del novio sobre la espalda de la novia...
Su mano grande y sus firmes dedos, atraen a la mujer que ha elegido de entre todas las mujeres, hacia su corazón, hacia su pecho. Mientras mira a otra persona y le habla sonriente, su mano posada en la espalda de la novia, se amolda al cuerpo que ha escogido para querer. La mano no sólo se adapta con la suavidad que requiere el amor sino que, con la misma dulzura, deja el espacio necesario para que el vestido ni se arrugue.
Como el gesto de un director de orquesta que con su batuta va marcando un Allegro ma non troppo; como el movimiento de un bailarín que danza abrazado al aire; como el ademán de un niño que mira unos deditos que no conoce... así posaba el novio su mano sobre la espalda de la novia...
Es ahí donde podemos encontrar mucha de la complicidad que toda pareja necesita para nutrir su intimidad: en ésa mano grande modelando el amor y en ése cuerpo que ama.
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