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domingo, 3 de junio de 2012

A las cinco de la mañana...


Anoche, cuando ya llevaba unos minutos leyendo en la cama y me disponía a dejar el libro para responder a la llamada de Morfeo, me entró un mensaje al teléfono móvil. Era de la hija de una amiga muy querida fallecida hace unos años. Me decía que estaba sentada en el coche, delante de ugencias del veterinario. Sin saber qué hacer. Acababa de morir uno de sus gatitos. Y ya es el segundo en pocos meses. De repente, el animalito se había caído de lado contra el suelo y, muy frío, no reaccionaba a nada.
Estuvimos hablando algo más de una hora. Bueno, más que hablar, escribir, a través del whatsApp, que es gratis. 
Qué dolor. 
Qué tristeza.
Qué soledad.
Qué pena verla tan sola, delante de una consulta a las cinco de la mañana y llorando por su gatito.
Y es que, antes de éste, como ya he dicho, se le murió otro hace unos meses.
Y, cuando su madre estaba agonizando, la gata más querida por ella, se murió también de cáncer unos días antes.
Y antes de su madre, su hermano también murió en un accidente de coche...
Vaya vida la de esta chica... tiene la soledad del Universo en el alma... pero se deja querer. 
Y yo la quiero. 
El recipiente donde acumulamos el dolor, no tiene fondo.
Hoy han pasado mal día, tanto ella como el último de los gatitos que conoció su madre, porque buscaba a su hermanito por todos lados sin saber que ya no estaba.
Tiene más, pero ya sólo le queda uno de los que mimó su madre.

Laia.

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